“La trenza“, primera novela y bestseller de la guionista y actriz francesa Laetitia Colombani, “da cuenta de algunos debates que hoy se dan puertas adentro del feminismo, a través de la historia de tres mujeres que buscan emanciparse”, dice su autora, durante la breve visita realizada al país por el lanzamiento del libro.
Publicado por Anagrama, el libro vendió medio millón de ejemplares en Francia y está siendo traducido a 30 lenguas.
Con el pelo como hilo conductor, la historia que entrelaza la vida de la india Smita, la italiana Giulia y la canadiense Sara ya tiene su proyecto cinematográfico, adaptado por la misma Colombani, que espera estrenarse en 2021.
De madre bibliotecaria, Colombani se crió entre los libros que abarrotaban la biblioteca de infancia en Burdeos y hoy vive en París, leyendo en la intimidad de su cuarto, volúmenes marcados por el fuego y olor a quemado de cuando esa biblioteca se incendió.
En Francia publicó en mayo “Las victoriosas”, novela que ocupa los primeros puestos de ventas desde su lanzamiento y que espera publicar en la Argentina el año entrante.
“La trenza” surgió de un hecho fortuito, dice a Télam la autora: “Una amiga me pidió que la acompañara a elegir una peluca, acababa de enterarse de que tenía cáncer y empezaba quimioterapia. Eligió una de pelo natural y quise saber más, así escribí la historia de tres mujeres ligadas por ese símbolo, vinculado históricamente con la femineidad”.
– Las diferencias entre las protagonistas las acercan entre sí.
– Empecé por una mujer que limpia pozos sépticos ajenos, que está en lo más bajo de la sociedad india, por su sistema de castas inamovible y por ser mujer, para llegar a una abogada poderosa canadiense, que logró todo según los cánones de la sociedad occidental: profesional, instruida, admirada. Entre ellas sumé a una joven siciliana, inmersa en una sociedad fuertemente patriarcal que está siendo cuestionada y avanza hacia la modernidad.
– ¿Siente alguna conexión con las protagonistas?
– Las construí a partir de mí misma: el vínculo de Smita con su Lalita podría ser el que tengo con mi hija, Giulia siente una curiosidad y un amor por la literatura muy similar al mío cuando era joven, y Sarah es de esas mujeres que intentamos que nos vaya bien en la profesión y lo personal, conciliando con lo familiar.
– ¿Qué pasa con ese mundo profesional fuera de la novela?
– Estamos lejos de la equidad. En Francia los jurados de los grandes premios siguen siendo principalmente varones, y esto tiene que equilibrarse para que las perspectivas se equilibren.
– El movimiento #metoo en su paralelo francés tiene otras connotaciones, #balancetonporc significa “denunciá a tu cerdo”.
– Me puse muy contenta al ver que las mujeres por fin empezaban a hablar. Pero me provoca inquietud el linchaje mediático, no creo que el camino sean las redes sociales, que se han convertido en tribunales que emiten sentencia sin juicio previo. En el caso del productor de Hollywood Harvey Weinstein, por ejemplo, todos sabían cómo se comportaba y está muy bien que las mujeres hayan roto el silencio, pero muy pocas lo denunciaron ante la ley y es muy importante que esos crímenes sean juzgados y castigados por la Justicia.
– ¿Creés que los Tribunales cuentan con la perspectiva de género necesaria para que la justicia se haga?
– Ese es un problema muy real, tiene que haber una decisión política de castigar los crímenes sexuales. En Francia sólo 1 de cada 10 crímenes sexuales es denunciado ante la Justicia y, de esos, sólo 1 de cada 10 tiene sentencia favorable hacia la víctima o denunciante.
– Otras de las cuestiones vinculadas con “La trenza” es la autonomía sobre el cuerpo de esas mujeres, algo que está en debate en la Argentina, vinculado a la legalización de la interrupción del embarazo.
– Una sociedad que no liberaliza el derecho al aborto no puede permitir que las mujeres sean realmente libres. Yo nací en 1975, el año en que se legalizó el aborto en Francia, el país que tiene la tasa más alta de natalidad de Europa, es decir que muchas mujeres eligen tener hijos y muchas otras elijen no tenerlos y otras eligen tenerlos después. Muchas amigas mías abortaron y luego fueron madres y están contentas de haber tenido esa elección.